El asesinato de la célebre reportera de ‘Nóvaya Gazeta’ hace 10 años marcó el inicio de la represión a los medios de comunicación en la Rusia de Putin, escibe Marc Marginedas para El Periódoco.

«Vivimos en una auténtica cárcel, donde las libertades constitucionales solo se aplican a la mafia que nos gobierna», denuncia su exmarido Aleksándr a EL PERIÓDICO.

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«Nos estamos precipitando a toda velocidad hacia el abismo soviético, hacia un vacío informativo que significa la muerte debido a nuestra ignorancia; todo lo que nos queda es internet, donde la información aún es disponible; por lo demás, si uno quiere trabajar como periodista, es la total servidumbre a Putin; si no, viene la muerte, ya sea con balas, veneno o un proceso judicial; cualquiera de estos métodos puede ser considerado adecuado por nuestros servicios especiales (de inteligencia), los perros guardianes de Putin».

Anna Stepanovna Politkóvskaya llegó a predecir su propia muerte, acaecida hace exactamente una década en el ascensor del edificio de apartamentos donde vivía, en la calle Lesnaya de Moscú. Eran alrededor de las cinco de la tarde, y regresaba tras realizar unas compras. El asesino realizó cuatro disparos. Murió en el acto, justo en el mismo día en que el presidente Vladímir Putin cumplía 54 años.

En cada ocasión en que recogía un premio en el extranjero por su trabajo de investigación, advertía a los líderes occidentales del peligro que implicaba colaborar con el actual líder del Kremlinen los años posteriores a los atentados del 11-S en Nueva York, después de documentar con detalle de las masivas violaciones de los derechos humanos cometidas por las tropas rusas durante la segunda guerra de Chechenia. Unas admonitorias palabras que hoy suenan proféticas para muchos observadores en Rusia, visto el desarrollo de los acontecimientos en la guerra de Siria y lo que sucede en los barrios cercados de Alepo.

Nacida en eeuu de una familia de diplomáticos

La reportera nació en Nueva York en agosto de 1958. Sus padres, ucranianos de nacionalidad, trabajaban como diplomáticos en la representación de la URSS ante las Naciones Unidas. Gracias a su nacimiento, tenía pasaporte estadounidense, aunque pasó la mayor parte de su infancia en Moscú y nunca renunció a la nacionalidad rusa. Se casó joven, mientras estudiaba Periodismo en la Universidad Estatal de Moscú (MGU, por sus siglas en ruso), con Aleksandr Politkovsky, con quien compartía profesión. Tuvieron dos hijos y se divorciaron años antes del asesinato.

Hoy, Aleksándr es un hombre que combina su trabajo de profesor en el Instituto de Radio y Televisión de Moscú con su empeño en esclarecer el autor intelectual del crimen. «Para la justicia rusa, se trata de un asesinato en el que la persona  que lo ha encargado simplemente no existe», explica a EL PERIÓDICO a través del teléfono. En junio del 2014, la justicia condenó a varias penas de prisión, incluyendo dos cadenas perpetuas, a cinco chechenos. Dos años antes, un expolicía fue sentenciado a 11 años de prisión por cooperar en la identificación de los autores materiales, aunque evitó desvelar el nombre de la persona que encargó un crimen cuyas pistas conducen a la Chechenia gobernada por Ramzán Kadírov.

«Cuando veo lo que sucede en el país, me siento como si estuviera en una auténtica prisión, en un lugar donde las libertades constitucionales solo se aplican a los miembros de la mafia que nos gobierna», continúa Aleksándr. Pese al tiempo transcurrido, insiste que no dará su brazo a torcer. «Tanto su madre, Raisa Mazepa, como yo luchamos para que la investigación continúe», promete.

Autor: Marc Marginedas

Fuente: El Periódico