Para millones de estudiantes de todo el mundo, el final de mayo es un momento de euforia. Camisas blancas, flores para los profesores y ese sonido único e irrepetible del último timbre, que abre las puertas al reino de la despreocupación. En las escuelas ucranianas también se celebra este ritual. Los niños ríen, corren y planean el verano. Pero en 2025, en el cuarto año de una guerra a gran escala, la mochila escolar ucraniana pesa más que en cualquier otro lugar. Además de los certificados y diplomas, lleva el peso de la edad adulta, que nadie debería haber impuesto a estos niños.
Todos recordamos ese momento maravilloso. Se puede conjurar la realidad un millón de veces, contar lo importante que es la educación, pero para un niño de diez años las vacaciones siempre ganarán a la escuela. Especialmente a esta edad, cuando el mundo debería ser un patio de recreo y no un campo de batalla. Cuando aún no se piensa en que, en lugar de descansar, se puede elegir trabajar, y en lugar de ir a un campamento, se puede elegir la evacuación.
Lukian, de diez años, el protagonista de hoy, termina tercer curso. Su sonrisa en la foto es sincera, pero sus ojos ya han visto demasiado. Hoy ha vuelto a casa con una pequeña caja de colores. En ella hay una alegre inscripción: «¡Hurra! ¡Vacaciones!». En un mundo normal, dentro habría caramelos, quizá un pequeño juguete, un recuerdo del profesor.
Pero esto es Ucrania en 2025. Los prudentes profesores, héroes silenciosos de este sistema educativo, decidieron aprovechar este momento para dar a los niños el regalo más importante: la oportunidad de sobrevivir. En la caja, doblado en forma de acordeón, como un cuento ilustrado del Pato Donald de mi época, se esconde un folleto: «Normas de seguridad para niños durante una alarma aérea».
Una lección que no figura en el plan de estudios
Es un documento impactante de la época. Siete puntos que definen la infancia a la sombra de los misiles:
- No juegues al aire libre durante la alarma. (Fin del partido, fin del juego del escondite).
- Busca un refugio: un muro, una zanja, una trinchera. (Palabras que los niños conocen mejor que los nombres de las capitales europeas).
- Túmbate y cúbrete la cabeza con las manos.
- Busca un refugio.
- La regla de las dos paredes. (En casa, donde no hay cristales ni espejos, el vestíbulo se convierte en una fortaleza).
- Cúbrete con una manta.
- ¡Ten cuidado! No toques objetos desconocidos. Especialmente juguetes y gadgets.
Este último punto te hiela la sangre. Los rusos minan deliberadamente las zonas, dejando explosivos en objetos que llaman la atención de los niños. Un peluche abandonado en la calle puede ser una sentencia de muerte. Esta es la realidad en la que crece la generación de Lukian.
Escuela bajo tierra y en la nube
La situación de la educación ucraniana es dramática, aunque la determinación de los alumnos y profesores es admirable. Según datos del Ministerio de Educación ucraniano, cientos de escuelas han quedado completamente destruidas y miles han sufrido daños. En ciudades cercanas al frente, como Járkov o Zaporizhia, el concepto de «escuela» ha cambiado de significado. Allí se crearon las primeras «escuelas en el metro» totalmente funcionales del mundo y búnkeres educativos especiales. Los niños aprenden bajo tierra, sin luz natural, porque el tiempo de vuelo de un misil balístico es menor que el tiempo necesario para bajar al refugio.
En regiones más seguras, como Zakarpattia, donde vive Lukian, la enseñanza se imparte de forma presencial, pero se ve interrumpida por el ulular de las sirenas. Cada alarma supone una interrupción de la clase de matemáticas, un dictado sin terminar y una marcha al sótano. Allí, en habitaciones sofocantes, pasan cientos de horas al año. Son lagunas en la educación que no se pueden subsanar fácilmente, aunque el sistema ucraniano hace todo lo posible.
Regresos y dilemas
Lukian es un ejemplo de otro fenómeno: los regresos. Terminó el tercer curso en una escuela ucraniana después de pasar dos años en Polonia. Su observación es muy acertada y madura para un niño de diez años: «Me gustaba la escuela polaca porque allí me lo pasaba muy bien. La ucraniana, porque aquí realmente aprendo». Y lo más importante: «Porque esta es mi Ucrania y aquí estoy en mi casa».
Los niños regresan, a pesar del peligro. La nostalgia por su hogar, por su lengua materna, por su propia cama es más fuerte que el miedo. Pero el miedo no desaparece, solo cambia de forma.
Se oyen explosiones fuera de la ventana. En esta ciudad es «solo» un campo de entrenamiento. Ejercicios. Pero para Lukian, cada sonido es como un golpe en una herida abierta. Recuerda el 24 de febrero de 2022 en Kiev. Recuerda ese primer miedo paralizante, el estruendo que cambió su mundo para siempre. Eso no se puede «desoír». Por eso, aunque está a salvo, sabe instintivamente qué habitación de la casa cumple con la «regla de las dos paredes». No necesita mirar la chuleta de la caja «¡Hurra! ¡Vacaciones!». Tiene esa instrucción grabada en su subconsciente.
Vacaciones de 2025. Tiempo de helados, baños en el río y… escuchar las sirenas. Tiempo de despreocupación regulado por una aplicación con notificaciones de amenaza de misiles. Es una generación que, incluso cuando descansa, permanece en estado de alerta. Y ese es el mayor crimen que Rusia ha cometido contra estos niños: les ha quitado el derecho a ser simplemente niños.
PB



