En el cuarto año de la guerra, cuando la línea del frente se ha estabilizado en un sangriento enfrentamiento y la atención pública se centra en las maniobras diplomáticas y los problemas energéticos, se está produciendo un proceso silencioso pero extremadamente peligroso en el ámbito informativo. De los titulares de los servicios de información, tanto ucranianos como occidentales, desaparecen las noticias procedentes del interior de los territorios ocupados. Donetsk, Lugansk, pero también Mariúpol, Berdiansk o Melitopol, se están convirtiendo poco a poco en «lagunas» en la conciencia colectiva. Esto es el resultado de una estrategia ejecutada con precisión por el Kremlin, que a efectos de este análisis puede denominarse «operación de amputación psicológica».
El objetivo de las acciones rusas en el ámbito cognitivo ya no es solo legitimar la conquista para uso interno. El vector principal es crear en los habitantes de la Ucrania libre y en las sociedades occidentales la convicción de que los cambios son irreversibles. Moscú pretende que Kyiv reconozca estos territorios no como «territorios temporalmente ocupados», sino como un organismo extraño, perdido de forma permanente e incompatible con el resto del Estado.
Este mecanismo se basa en dos pilares. El primero es el bloqueo total de la información, que crea un «campo de concentración digital». En los territorios ocupados por Rusia se ha eliminado el acceso a los medios de comunicación ucranianos, las redes móviles y el internet independiente. El flujo de información está estrictamente controlado y la posesión de una tarjeta SIM ucraniana o el uso de una VPN pueden acarrear represalias. El resultado es una burbuja hermética. Los habitantes de los territorios ocupados no saben lo que ocurre en Kyiv y, lo que es más importante para este análisis, Kyiv deja de recibir el flujo diario de información sobre la suerte de sus ciudadanos. La falta de noticias actualizadas sobre la resistencia o las represiones provoca el apagamiento del vínculo emocional. Lo que no vemos deja de dolernos.
El segundo pilar es la creación de una realidad alternativa, es decir, «pueblos Potemkin 2.0». La maquinaria propagandística rusa ha dejado de mostrar imágenes de la guerra en esas zonas. Las ha sustituido por la narrativa del «regreso a la normalidad». En las redes sociales, dirigidas también al público occidental, se difunden imágenes de teatros en reconstrucción en Mariúpol, nuevas carreteras o festivales juveniles en Melitópol. El mensaje es claro: «Aquí ya no hay guerra, aquí está Rusia, hay estabilidad».
Esta estrategia tiene como objetivo provocar un fenómeno que en psicología se denomina habituación, es decir, acostumbrarse a un estímulo. Rusia quiere que, al mirar el mapa de Ucrania, subconscientemente consideremos la línea del frente como una nueva frontera estatal.
La mayor amenaza que se deriva de este proceso es el cambio de percepción de la población que habita estas zonas. En el debate público ucraniano (y polaco) aparecen cada vez con más frecuencia, aunque todavía de forma tímida, voces que sugieren que las personas que se han quedado allí se han «rusificado», que han aceptado el nuevo poder o que están «contaminadas» por la propaganda enemiga. Este es precisamente el efecto que espera el Kremlin. Si dejamos de pensar en los habitantes de Berdiansk como rehenes que esperan ser liberados y empezamos a pensar en ellos como «población rusoparlante de la zona tampón», el coste político de abandonar estas tierras se reducirá drásticamente.
Para los políticos occidentales que buscan una salida al conflicto («estrategia de salida»), este proceso resulta conveniente. Permite racionalizar posibles concesiones territoriales. La narrativa del «realismo» y el «compromiso» cobra fuerza cuando el objeto de las negociaciones —es decir, el territorio y las personas— se vuelve abstracto y lejano en la conciencia de la opinión pública.
Cabe destacar que el «síndrome de la extremidad amputada» es una trampa. La aceptación del statu quo en los territorios ocupados no conduce a la estabilización, sino a la legitimación de la ley del hecho consumado. El silencio sobre lo que ocurre en los sótanos de los territorios ocupados es una forma de consentimiento a estas acciones. Rusia aprovecha el silencio de los medios de comunicación para llevar a cabo una ingeniería social definitiva: el intercambio de población, la adoctrinación de los niños y la eliminación física de los individuos desleales.
Las conclusiones analíticas son inequívocas: la lucha contra esta narrativa requiere «mantener vivo» activamente el tema de la ocupación en el espacio informativo. No se puede permitir que estos territorios se conviertan en un agujero negro. Cada informe sobre represiones, cada recordatorio de las raíces ucranianas de estas ciudades, es una acción de contrainteligencia frente a la operación de influencia rusa. Si permitimos el aislamiento mental de estas tierras, su aislamiento físico en la mesa de negociaciones será solo una formalidad.
PB



