El verano de 2025 pasará a la historia como el momento en que los fundamentos de la arquitectura de seguridad occidental —conceptos como «democracia», «libertad» e «inviolabilidad de las fronteras»— fueron sustituidos en el debate público estadounidense por una sola palabra: «acuerdo». La reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska no fue solo un acontecimiento diplomático o un espectáculo mediático. Fue la culminación y, al mismo tiempo, la señal de inicio de una poderosa operación de desinformación a varios niveles, cuyo objetivo es redefinir el concepto de paz y, en consecuencia, sancionar la partición de Europa.

Durante los primeros años de la guerra, el Kremlin intentó sin éxito convencer a los estadounidenses de que Ucrania era un «Estado corrupto y decadente» gobernado por nazis. Esta narrativa, aunque tenía eco en algunos nichos, no logró penetrar en la corriente principal lo suficiente como para bloquear la ayuda. Por ello, entre mayo y septiembre de 2025, como parte de los preparativos para una «nueva apertura», se cambió el vector de ataque. La propaganda rusa, apoyada por la extrema derecha estadounidense y los llamados «realistas» de influyentes think tanks de Washington, dejó de luchar contra Ucrania. Comenzó a luchar por los «intereses estadounidenses».

El mensaje que dominó las redes sociales estadounidenses —con especial atención a la plataforma X, que se convirtió en el principal canal de transmisión de esta operación— era: «Estados Unidos está sangrando financieramente en Ucrania, mientras China se apodera del Pacífico». En esta historia, Rusia desapareció magistralmente de la imagen como agresor y destructor del orden internacional. De repente, se convirtió en «una pieza indispensable del rompecabezas antichino». Fue una obra maestra de la manipulación. Vladimir Putin, un criminal buscado por la justicia, responsable de Bucha y Mariúpol, fue transformado en pocos meses en un «socio difícil pero necesario» con el que hay que llegar a un acuerdo para salvar la supremacía estadounidense frente a Pekín.

Moscú vendió a Washington la ilusión de que, a cambio de «congelar» el conflicto en Ucrania (lo que en la práctica significa reconocer las conquistas rusas), Rusia mantendrá la neutralidad en el próximo enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Cualquiera que conozca la historia de la diplomacia rusa sabe que eso es mentira. El Kremlin tomará lo que le den y luego seguirá cooperando con Pekín, porque depende económicamente de él. Sin embargo, la opinión pública estadounidense, cansada de las imágenes de la guerra, se creyó esa ilusión.

Un elemento clave de esta operación fue intimidar y manipular al contribuyente estadounidense. En la red aparecieron miles de bots y pseudoexpertos que, con precisión milimétrica y utilizando infografías sencillas, calculaban cuántos puentes en Ohio, escuelas en Alabama y hospitales en el Rust Belt se podrían construir con el dinero enviado a Kyiv. Se trata de la clásica dicotomía de la falsa elección: «O Ucrania o el bienestar de tu familia». Esta narrativa omitía el hecho de que la mayor parte de ese dinero se quedaba en Estados Unidos, alimentando la industria armamentística estadounidense. Pero en la guerra informativa, los hechos pierden frente a las emociones.

En 2025, el «realismo» se convirtió en una palabra clave que justificaba cualquier atrocidad. Los partidarios del acuerdo con Rusia no hablaban de capitulación. Hablaban de «volver a la doctrina Monroe», del «fin de la seguridad gratuita para Europa», del «pragmatismo». En esta nueva y cínica realidad, la víctima de la agresión se convirtió en un problema porque «no quiere rendirse y estropea los negocios». Zelenski dejó de ser un héroe y se convirtió en un «mendigo exigente» que bloquea el gran retorno de Estados Unidos a la prosperidad.

Las consecuencias de esta operación son devastadoras y van mucho más allá de la línea del frente sobre el Dniéper. En la sociedad estadounidense se ha producido una erosión de la voluntad de luchar por los valores. Esta ha sido sustituida por un frío cálculo comercial transaccional. Rusia ha logrado lo que no consiguió con miles de misiles y divisiones blindadas: ha dejado a Estados Unidos fuera de juego sin disparar un solo tiro contra él. Ha convencido a Occidente de que la capitulación de un aliado no es una derrota moral y estratégica, sino un gran negocio.

Alaska se ha convertido en el símbolo de este nuevo orden: un mundo en el que no se lucha contra el bandido, sino que se hacen negocios con él, confiando ingenuamente en que esta vez cumplirá su palabra. Para nosotros, en Europa Central, es una señal de alarma en estado puro. Si Washington pudo «racionalizar» la entrega de Ucrania en nombre de la lucha contra China, cualquier otro compromiso en nuestra región entra dentro de la misma lógica. La propaganda rusa ha demostrado que es capaz de cambiar la definición de la realidad en la mente del hegemón. Y eso es un arma más peligrosa que la atómica.
Ilustración – AI
PB