La entrevista con Refat Chubarov, presidente del Mejlis del pueblo tártaro de Crimea, no versó sobre historia, sino sobre supervivencia, y no solo de Ucrania, sino de todo el sistema de seguridad tal y como lo conocemos. En el contexto de las últimas declaraciones procedentes del otro lado del océano, las palabras del líder tártaro suenan como una última llamada de atención para un mundo que, en nombre de una paz aparente, está dispuesto a sacrificar sus valores fundamentales.
Fue una conversación difícil. Difícil no por la resistencia de mi interlocutor, sino por el contexto. Hasta hace poco, Estados Unidos era considerado el garante de la inviolabilidad de las fronteras y el «arsenal de la democracia». Hoy, al observar los giros políticos de Donald Trump, debemos preguntarnos: ¿sigue el aliado en el mismo bando o está abriendo inconscientemente las puertas a los bárbaros?
Ceguera geopolítica y «realismo» de mercado
Las recientes declaraciones del presidente Trump, que sugieren la posibilidad de dejar Crimea «con Rusia» como parte de un acuerdo más amplio, son algo más que un desliz diplomático. Son una muestra de ignorancia política y, no tengamos miedo de decirlo, de vergüenza. En el espacio informativo se intenta vendernos esta narrativa como un «retorno al realismo». Se nos dice que hay que aceptar los hechos consumados, que Ucrania debe resignarse a la pérdida para salvar el resto.
Nada más lejos de la realidad. Esto no es realismo, es una capitulación disfrazada de diplomacia. El verdadero realismo, del que habló Refat Chubarov en nuestra entrevista, es brutalmente simple: no habrá una victoria duradera ni estabilidad en Europa sin el restablecimiento de la integridad territorial de Ucrania. Cualquier otra solución no es más que un aplazamiento de la sentencia.
Si el mundo, cansado de la guerra y susceptible a la desinformación, reconoce que un bandido como Vladimir Putin tiene «derecho» a Crimea por su fuerza militar o por supuestos antecedentes históricos, en ese mismo momento estamos firmando la sentencia de muerte de otras naciones.
Efecto dominó: de Sebastopol a Suwałki
La aceptación de la anexión de Crimea es un precedente que socava los fundamentos del derecho internacional. Si aceptamos que las fronteras pueden cambiarse con tanques, ¿por qué iba a detenerse Putin? ¿Por qué no iba a intentar apoderarse de Narva, en Estonia, donde también puede utilizar el argumento de la «población de habla rusa»? ¿Qué le impedirá poner a prueba la resistencia de la OTAN en el istmo de Suwałki?
Contrariamente a lo que sugieren los asesores de imagen de los partidarios del «acuerdo» con el Kremlin, esta guerra no se trata de un pedazo de tierra en el mar Negro. No se trata de Crimea como centro turístico. Se trata de dominio. Se trata del Imperio del Mal ruso, que se alimenta de la debilidad de Occidente. Cada concesión territorial es una señal para Moscú: «Podéis tomar más».
Renunciar al paradigma de «la fuerza de la ley» en favor de «la ley de la fuerza» significa que las fronteras de todo el mundo se vuelven fluidas. Es una invitación al caos global, del que se beneficiarán todos los dictadores del mundo, que observan atentamente la pasividad de Washington y Bruselas.
La ilusión de controlar el caos
Lo aterrador es que la retórica del propio Donald Trump favorece esta destrucción. El presidente de los Estados Unidos se jacta abiertamente de su capacidad de acción, sugiriendo que no solo gobierna Estados Unidos, sino que también lleva la batuta en todo el mundo. Sin embargo, la realidad es otra. Sus acciones y palabras no ordenan el mundo, sino que lo desestabilizan. Destruyen el ya frágil orden en el que se ha basado la seguridad de Occidente desde 1945.
Trump cree que controla la situación. Pero en el caos que él mismo ayuda a crear, habrá jugadores mejores y más despiadados para gobernar. Hay toda una cola de ellos, desde Pekín, pasando por Teherán, hasta Pyongyang. Todos ellos ven que la palabra de Estados Unidos se está devaluando y que las garantías de seguridad se están convirtiendo en objeto de negociación.
¿Paz o una pausa para recargar las armas?
La conclusión más importante de nuestra conversación con el presidente del Mejlis es una: mientras Crimea no vuelva a manos de Ucrania y de sus legítimos dueños, los tártaros de Crimea, no habrá una paz duradera.
La visión de un «gran acuerdo» con Putin, con la que sueñan algunos políticos, es una ilusión. Incluso si se logra imponer un alto el fuego, incluso si los misiles rusos callan por un momento, será la calma antes de la tormenta. Rusia aprovechará ese tiempo para reconstruir su potencial y volver con una fuerza multiplicada. Y esa fuerza golpeará a aquellos que hoy, a costa del destino de los ucranianos y los tártaros, intentan comprar su tranquilidad.
Crimea no es solo un territorio. Es una prueba de la credibilidad de la civilización occidental. Si la suspendemos, las consecuencias serán trágicas no solo para Kyiv o Simferópol, sino también para Varsovia, Tallin y Berlín.
¿Qué opina exactamente Refat Chubarov sobre esta situación? ¿Ve alguna salida a este atolladero en el que nos empujan las decisiones erróneas de nuestros aliados? Una conversación completa, extremadamente sincera y dolorosa se publicará próximamente en el canal «Black Sky». Se trata de un material que, en la actual situación geopolítica, no debe pasarse por alto.
PB



