Las entusiastas declaraciones de 2022 sobre la «vía rápida» hacia la integración chocaron con la cruda realidad política de 2025. En las capitales europeas, las grandes palabras sobre la comunidad de valores han dado paso a fríos cálculos, y en los pasillos de Bruselas, París y Berlín se percibe cada vez más claramente una actitud cautelosa, también en el contexto de las difíciles relaciones con la administración de Donald Trump. En este momento, la maquinaria de desinformación rusa golpea con precisión. Su objetivo es estratégico: convencer a la sociedad ucraniana de que el rumbo proeuropeo fue un error y que Occidente no trata a Kyiv como un socio, sino como un instrumento que, una vez agotado, pierde su importancia.
En este caso, Moscú no tiene que crear por completo una realidad alternativa. Su táctica consiste en destacar los problemas delicados o, a veces, la actitud excesivamente conservadora de Occidente. El mensaje ruso se basa en la tesis del trato instrumental de Ucrania. La narrativa es la siguiente: «Os lo advertimos. Para ellos, solo sois un recurso humano en la guerra contra Rusia, no parte de la civilización occidental».
Es el concepto de la «Europa de las puertas cerradas». El Kremlin (oficialmente o no) señala cada evasiva burocrática de Bruselas, cada voz desfavorable de los Estados miembros, cada protesta agrícola en las fronteras o las vacilaciones de Berlín en materia de financiación de la reconstrucción. Estos hechos se destacan adecuadamente en el discurso ruso y se interpretan como prueba definitiva de que las promesas de integración no eran más que una cortina de humo retórica.
La paradoja de esta situación —y esto es precisamente lo que aprovecha la propaganda— es que, en realidad, Europa no ha dado la espalda. Al contrario, ante los giros y acuerdos estadounidenses con Alaska, es precisamente el Viejo Continente el que está realizando un enorme esfuerzo de consolidación para llenar el vacío dejado por Estados Unidos. Sin embargo, los procesos democráticos son lentos, requieren negociaciones y confrontaciones de argumentos. Rusia presenta este debate democrático como una debilidad o una prueba de falta de voluntad para ayudar.
Mientras en las capitales europeas se mantienen difíciles conversaciones sobre cómo financiar la defensa de Ucrania sin la participación de Washington, los canales rusos en Telegram interpretan este retraso de forma inequívoca: «Os han abandonado». El Kremlin sabe perfectamente que la sociedad ucraniana, cansada de la guerra, espera soluciones sencillas y rápidas. Cada día de retraso en los suministros, debido a los procedimientos logísticos o presupuestarios de la UE, se presenta como un bloqueo deliberado.
El tema de la «zona de amortiguación» se maneja de forma especialmente pérfida. Rusia intenta hacer que los ucranianos rechacen el concepto europeo de seguridad. Lo que para Europa es la construcción de una profundidad estratégica y la defensa del flanco oriental (en el que Ucrania es un elemento clave), la propaganda lo traduce al lenguaje de la traición: «Para ellos, solo sois un dique de protección. Quieren que os desangréis en las estepas para que en París se pueda tomar café con seguridad». Este mensaje tiene como objetivo destruir el sentido de la colaboración. Quiere que los ucranianos se sientan no como futuros miembros de la Unión, sino como mercenarios a los que se echa por la borda una vez cumplida su misión.
Igualmente peligrosa es la manipulación en el ámbito económico. Las disputas comerciales naturales, que son pan de cada día dentro de la UE, son demonizadas por Rusia en el caso de las relaciones con Ucrania. La protección de los mercados nacionales por parte de los Estados miembros se presenta no como un elemento de negociación, sino como un acto de hostilidad. Moscú inculca en las mentes de los empresarios y agricultores ucranianos la idea de que «el mercado de la UE es una fortaleza cerrada. Habéis destruido las relaciones con el Este y Occidente no os quiere».
El objetivo de esta operación es provocar en Ucrania una sensación de total soledad. Rusia sabe que no puede ganar a una Ucrania apoyada por una Europa decidida. Por eso debe destruir la confianza entre Kyiv y Bruselas. Debe hacer que los ucranianos, al ver la cautela y la burocracia de sus aliados, lo consideren una traición. Si Kyiv cree que Europa ha cerrado la puerta, aunque esta siga entreabierta, aunque bloqueada por la difícil realidad, el Kremlin ganará la batalla por las mentes sin disparar un solo tiro. Luchar contra esta narrativa es hoy tan importante como suministrar municiones, porque es una lucha por mantener la fe en el sentido de pertenecer al mundo occidental.
PB



