El 11 de junio de 2025 se publicó un comunicado que, en circunstancias normales, habría provocado un terremoto en las capitales europeas o, como mínimo, una profunda reflexión sobre el estado de la seguridad occidental. El jefe de los servicios de inteligencia alemanes (BND), Bruno Kahl, afirmó sin rodeos: Rusia se está preparando para atacar a los países de la OTAN y calcula que la Alianza Atlántica no se decidirá a activar el famoso artículo 5. Aunque para los analistas del flanco oriental esta tesis no es nueva, el hecho de que Berlín lo diga en voz alta y oficialmente constituye un hecho que no se puede ignorar. Según los servicios alemanes, la pregunta ya no es «si» Rusia lo hará, sino solo «cuándo». Alemania afirma tener pruebas de ello. Es una señal de que el tiempo de las ilusiones ha llegado definitivamente a su fin.

La advertencia de Berlín es un jarro de agua fría para aquellos que siguen viviendo con la ilusión de que la guerra en el Este es un conflicto local que se puede «congelar» o esperar a que pase. El Kremlin no solo se está armando militarmente, sino que también está llevando a cabo una amplia operación psicológica destinada a paralizar la capacidad de decisión de Occidente en la hora de la verdad. Moscú no necesita derrotar militarmente a la OTAN en el primer enfrentamiento, basta con convencer a las sociedades occidentales de que no vale la pena defender a los aliados y que la solidaridad es un concepto abstracto.

La lección de 2022 que el mundo no ha aprendido

La situación actual se asemeja peligrosamente a la que precedió a la invasión a gran escala de Ucrania. Entonces, los servicios de inteligencia occidentales —británicos, estadounidenses y, sobre todo, estonios— también dieron la voz de alarma. Advirtieron, dieron fechas e indicaron las direcciones de los ataques. En aquel momento, muchos responsables políticos y comentaristas se llevaban las manos a la cabeza, acusando a los anglosajones y a los bálticos de histeria. Cabe recordar que, en un principio, incluso las propias autoridades ucranianas negaron esta versión, lo que sorprendió a los aliados y adormeció la vigilancia de la sociedad.

El mundo no estaba preparado para el ataque, y la desinformación rusa siguió sugiriendo hasta el último momento la narrativa de los «ejercicios». Hoy en día, el mecanismo es el mismo. Rusia pone a prueba la resistencia psicológica de Occidente. Al ver el cansancio de la guerra, inculca en la mente de los europeos la idea de que el conflicto con Rusia solo es inevitable si Occidente «provoca» a Moscú defendiendo sus fronteras. Se trata de una clásica inversión de conceptos: la víctima se convierte en culpable de defenderse y el agresor impone la sumisión mediante el miedo.

«No vamos a morir por una Narva cualquiera».

El mayor éxito de la guerra híbrida rusa no son las ruinas conquistadas en Donbás, sino la semilla de la incertidumbre sembrada en las mentes de polacos, franceses o alemanes. Hoy en día, muchos ciudadanos de los países de la OTAN comienzan a dudar de que Rusia se atreva realmente a atacar a Occidente. Y lo que es peor, cada vez es más frecuente que surjan dudas de naturaleza moral en el espacio público: si el objeto del ataque fueran los países bálticos, ¿debería el resto de la Alianza involucrarse directamente?

Por desgracia, se puede estar seguro de que, en la hora de la verdad, habrá círculos políticos cínicos en Polonia y Europa que se harán eco fácilmente del lema: «No vamos a morir por Narva, Tallin o Riga». Al igual que hoy Viktor Orbán afirma que no quiere que los húngaros mueran por Ucrania, mañana los populistas del Vístula o del Sena pueden afirmar que no quieren que sus ciudadanos mueran por Estonia.

En este contexto, la postura de las autoridades oficiales de la República de Polonia sigue siendo un punto claro en el mapa de la credibilidad aliada. Cabe destacar con toda firmeza que el Gobierno polaco no cede ante estas narrativas perjudiciales ni se deja llevar por el cansancio. Varsovia mantiene sistemáticamente la postura de que la seguridad de Ucrania es sinónimo de la seguridad de Polonia, y que cada palmo de tierra de la OTAN es sagrado. La diplomacia polaca, en contra de las voces populistas, moviliza constantemente al mundo para que apoye a Kiev, demostrando que en el Vístula la comprensión de la amenaza oriental es una cuestión de razón de Estado y no de encuestas de opinión.

Sin embargo, la verdad es dolorosa y debe articularse en voz alta: hoy son los ucranianos los que mueren en defensa del mundo occidental. Son ellos el escudo. Moscú, al ver la vacilación de parte de la sociedad occidental, sabe que puede ir más allá. Si hoy el mundo no ayuda a Ucrania a ganar, si permite que los tanques rusos arrollen la independencia ucraniana, Putin no se detendrá ni en Narva ni en Vilna. La siguiente será Varsovia.

Sangre en las calles de Járkov frente a mentiras en la red

Mientras en las oficinas occidentales se debaten las cláusulas del tratado, Rusia mata. En la noche del 10 al 11 de junio de 2025, los rusos atacaron Járkov con drones. No fue una lucha contra el ejército. Fue puro terror. El balance de esa noche fue de 2 muertos y 60 heridos. Entre los heridos hay nueve niños. Nueve pequeños que, en lugar de disfrutar del sol de junio, luchan por su vida y su salud en los hospitales. También se atacaron otras ciudades y regiones: es la rutina nocturna de Ucrania, que el mundo prefiere olvidar.

Al mismo tiempo, la segunda línea del frente ruso, el ejército de trolls de Internet, intensifica sus actividades. En las redes sociales aparecen masivamente publicaciones sobre el supuesto «asesinato de niños en Donbás», culpando, por supuesto, a Kiev. Es una técnica estándar de la propaganda rusa: acusar al enemigo de lo que tú mismo haces. Sin embargo, los hechos son implacables. Cada día mueren niños en Ucrania únicamente a causa de los ataques rusos. Son cohetes con inscripciones cínicas los que caen sobre estaciones de tren, escuelas y hospitales. Además, no hay que olvidar el crimen de genocidio que suponen los secuestros masivos de niños ucranianos, su rusificación y la destrucción de su identidad, métodos sacados directamente de los manuales del totalitarismo del siglo XX.

Por lo tanto, cuando se escucha la advertencia del jefe de los servicios secretos alemanes, no debe considerarse como parte de un juego político. Debe considerarse como una última llamada de atención. Rusia solo entiende el lenguaje de la fuerza. Cualquier muestra de debilidad occidental es para el Kremlin una invitación a seguir expandiéndose. Es hora de despertar.

PB