Esta vez tampoco llegó nada a Polonia. Ningún misil violó el espacio aéreo de la OTAN, ningún dron perdido cayó en un prado cerca de un pueblo fronterizo. Para la opinión pública occidental, eso es motivo suficiente para respirar aliviada, darse la vuelta y seguir durmiendo. La única molestia que sintieron esa noche los habitantes de la parte segura de Europa fue el rugido de los motores de los aviones F-16 que despegaron. Para algunos, un motivo para quejarse de «no haber podido dormir». Para millones de ucranianos, ese mismo sonido sería la nana más maravillosa, el presagio de la protección que aún les falta.
Lo que ocurrió anoche es un espejo en el que Occidente debería mirarse, pero le da mucho miedo hacerlo. Cuando por la mañana en Polonia, Alemania o Francia la gente se sentaba a desayunar en familia, el tema de la guerra ya era solo un ruido lejano. En Internet, los trolls y los «idiotas útiles» volvieron a activarse, susurrando a las sociedades cansadas mentiras fáciles: «esta no es nuestra guerra», «no a Ucrania en la OTAN», «basta ya de ucranianos en nuestros bares».
Política con cerveza y ataúdes
Desde la perspectiva de Varsovia, pero también de Berlín o París, se observa una aterradora trivialización del mal. En Polonia, el tema del día puede ser con quién ha ido a tomar una cerveza un determinado político, quién ha «engañado» a quién en los juegos de poder del partido y quién tiene la campaña más brillante en las redes sociales. Mientras toman su café matutino, los europeos se entusiasman con políticos como Sławomir Mentzen o Grzegorz Braun. Admiran su destreza retórica, lo «bien que hablan», cómo critican la burocracia de la Unión Europea.
Pocos quieren ver que detrás de esa forma atractiva, de los trajes y los virales de TikTok, se esconde una xenofobia pura y llena de mentiras. Que bajo el manto del «realismo» y la «preocupación por los intereses nacionales» se esconde la adoración por el sanguinario dictador del Kremlin y, lo que es peor, el desprecio por sus víctimas. Esta es una enfermedad que no solo afecta a Polonia. En toda Europa está creciendo en fuerza una corriente política que se aprovecha de la tragedia ucraniana para construir su capital, prometiendo a los votantes el regreso al «buen viejo mundo», un mundo de gas barato y sin dilemas morales. Estos políticos venden la ilusión de que si apartamos la mirada del Kharkiv en llamas, el fuego se apagará por sí solo y no nos quemará las manos.
Un mapa del dolor que Occidente no quiere leer
Mientras nosotros nos ocupamos de tonterías, Ucrania no tiene tanta suerte. Ucrania se ha vuelto a teñir de sangre. Los rusos atacaron durante toda la noche, utilizando toda su gama de terror: misiles balísticos, drones Shahed, artillería pesada. La alarma antiaérea no fue local, sino que abarcó incluso las zonas más occidentales del país, aquellas que desde la perspectiva de Bruselas parecen «seguras».
Los secos comunicados que llegan de las regiones ucranianas no son estadísticas, son una acusación contra nuestra inacción y lentitud.
En la región de Zhytomyr, una zona que histórica y geográficamente está muy cerca de Polonia, el ataque ruso mató a tres niños. Tenían 8, 12 y 17 años. No se trata de «bajas colaterales». Es la aniquilación del futuro. Son puestos vacíos en la mesa que nadie volverá a ocupar jamás. Otras doce personas resultaron heridas, con cicatrices físicas y psicológicas para el resto de sus vidas.
La muerte también se cobró víctimas en la región de Jmelnitski, donde murieron cuatro personas y cinco resultaron heridas. Es un golpe al corazón de Ucrania, una prueba de que no hay ningún lugar donde esconderse de la barbarie de Moscú.
En Kiev, ciudad símbolo de la resistencia, once personas fueron hospitalizadas como consecuencia de un ataque masivo. La capital, protegida lo mejor posible, sigue pagando un alto precio por ser el centro de decisión de una nación libre.
En Mykolaiv, un dron ruso impactó en un edificio residencial de cinco plantas. Una persona murió. ¿Por qué atacar un bloque de viviendas? Solo para sembrar el miedo. Para quebrantar la voluntad.
En Ternípol, una ciudad que se ha convertido en el segundo hogar de muchos refugiados del este, se ha dañado la infraestructura industrial.
Incluso en Járkov, una ciudad que sangra constantemente, se han vuelto a registrar impactos. Tres personas han resultado heridas, entre ellas otro niño.
Nuestra comodidad y vuestras vidas
Escribo estas palabras con vergüenza. Vergüenza porque, mientras los misiles rusos destrozaban casas en Zhytomyr y Járkov, el mayor problema de la «vieja Europa» era la inflación y los juegos políticos. Construimos un muro de indiferencia, convenciéndonos de que eso nos protege.
No es cierto. Vuestra lucha, cada noche sin dormir en un refugio en Kiev, cada tragedia en Mykolaiv, es un escudo que nos sigue separando de ese mismo destino. Los trolls de Internet y los políticos cínicos de Varsovia o Budapest pueden conjurar la realidad, pueden incitar contra los refugiados ucranianos que buscan un momento de normalidad en las cafeterías polacas, pero no cambiarán los hechos.
El hecho es que esta noche en Polonia solo nos ha despertado el ruido de los motores. A los ucranianos les ha despertado la muerte. Y mientras Europa no comprenda que esos tres niños asesinados en Zhytomyr eran «nuestros» niños, los niños de Europa, esta pesadilla no terminará. No podemos permitir que las mentiras sobre «una guerra que no es nuestra» ahoguen el grito de las víctimas. Porque si Ucrania cae, el silencio que se producirá será mucho más aterrador para nosotros que el rugido de todos los cazas del mundo.
PB



