Putin está sentado entre el director del Servicio de Inteligencia Exterior, Mijail Fradkov, y el director del Servicio de Seguridad de Rusia, Alexandr Bortnikov, en 2015 en Moscú. Foto vía © REUTERS

Es inevitable y comprensible que nos apoyemos en el reflejo de un espejo para ver a los servicios de seguridad e inteligencia de Rusia. El problema es que —por mucho que pueda parecer significativo compararla con el papel— en términos de sus misiones, interacciones y mentalidades, están en pie de la guerra.

El Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia (SVR, por sus siglas en ruso) es ampliamente comparable a las agencias como la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), el Servicio de Inteligencia Secreta de Gran Bretaña (SIS), comúnmente conocido como MI6 y la DGSE de Francia. Su Dirección General de Inteligencia (GRU, por sus siglas en ruso) es un servicio militar de inteligencia extranjera, de nuevo símil a otros homólogos de la OTAN. El Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso) es una agencia nacional de seguridad y contraespionaje, aunque es más carnívoro que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), el BfV de Alemania o el AISI de Italia.

Sin embargo, en todo caso, una forma mucho mejor de comprender estas agencias es compararlas con el Ejecutivo de Operaciones Especiales británico o la Oficina de Servicios Estratégicos de los Estados Unidos de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, que se dedican a mucho más que recopilar información para informar sobre las políticas, y con un sesgo hacia una los riesgos agresivos son activamente fomentados por el Kremlin.

El sistema de la inteligencia rusa

Los servicios de seguridad e inteligencia de Rusia operan en un contexto político bastante distinto al de Occidente, lo que les da un carácter radicalmente diferente. El mismo presidente Vladimir Putin es un ex oficial de la KGB de la Unión Soviética y luego como jefe del FSB, ha considerado claramente a los miembros de la agencia como herederos de los Chekistas (después de la Cheka, la primera policía política de los bolcheviques). En 2015, en el Día del Personal del Servicio de Seguridad, los llamó «personas fuertes y valientes, verdaderos profesionales que están protegiendo con fidelidad la soberanía y la integridad nacional de Rusia y la vida de nuestros ciudadanos».

Como resultado, son a la vez mimados, competitivos y corruptos. Son mimados en el sentido de que durante los años del poder de Putin han visto sus presupuestos y poderes aumentados constantemente. Además, su propia posición dentro del proceso político ruso ha aumentado de manera significativa. Aproximadamente desde 2014, si no quizá antes, los embajadores y el mismo ministro de Asuntos Exteriores tienen mucha menos autoridad para bloquear las operaciones (o incluso ser informados de antemano sobre ellas) que antes.

No obstante, esto tiene su precio. Sus beneficios dependen de que su amo y patrón, Putin, los considere útiles. El GRU, por ejemplo, pasó años en desgracia debido a sus fallas percibidas durante la guerra en Georgia de 2008. Las responsabilidades de las agencias coinciden (incluso el FSB está cada vez más involucrado en las operaciones extranjeras) y ellos compiten con ferocidad y despiadadamente para superar uno al otro. Se trata de un sistema carnívoro y caníbal, tal como lo descubrió el antiguo servicio de inteligencia electrónica FAPSI cuando fue devorado, en gran parte por el GRU y el FSB.

Como resultado, rara vez cooperan bien entre sí, pero, por otro lado, se arriesgan y demuestren agresividad e imaginación. También, como se discutirá más adelante, compiten para decirle al Kremlin lo que quiere oír, lo que es quizás la consecuencia más peligrosa de todos.

Al mismo tiempo, la relativa impunidad de los servicios de seguridad, así como sus amplias funciones (potencias), han contribuido al problema endémico de la corrupción. Esto incluso se extiende a los asuntos operacionales, desde el desmantelamiento de fondos (es un tipo de robo) destinados a los “señores de la guerra” de Donbás y hasta el uso de capacidades de escucha para ayudar a una empresa «amistosa» a ganar un contrato.

Listos para la guerra…

Aparte de lo que cada uno de los oficiales sienta, a nivel institucional, los servicios de inteligencia comparten la creencia de Putin de que Rusia se enfrenta a una amenaza genuina de Occidente. Esta es existe no tanto en términos geográficos (aunque algunos miembros de la línea dura comparten la opinión del Secretario del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev, de que los Estados Unidos «preferirían que el estado de Rusia no existiera como país»), sino según la política y cultura.

 

Las agencias especiales de Rusia comparten la creencia de Putin que el CIA fue involucrado en las protestas de Maidán de Ucrania. Foto vía © REUTERS

A pesar de las evidencias, la mano de la CIA se ve en los levantamientos contra los autoritarios prorrusos, como las protestas del Maidan de Ucrania en 2013-2014. Las decisiones judiciales que no favorecen a Rusia en los tribunales extranjeros son percibidas como si hubieran sido fabricadas. El deseo aparente de la población rusa para tener una democracia genuina y el estado de derecho se consideran como un intento de «poder blando» para desestabilizar el régimen existente; un ex empleado de los servicios de seguridad rusos me lo describió en una entrevista, como un «cambio del régimen a escondidas.»

En este contexto, los servicios de seguridad se consideran como ya estuviesen en medio de la guerra y actúan en consonancia. Se aplican tres premisas básicas. La primera es que cualquier desgracia de Occidente beneficia a Rusia. La segunda es que su papel es concreto: no solo juntan información, sino que abogan políticas y llevan a cabo medidas activas. Finalmente, parece que creen que es mejor aprovechar una oportunidad que evitar un error. Las agencias occidentales que operan en tiempos de paz adecuadamente tratan de evitar los riesgos, conscientes de los peligros potenciales de las acciones descuidadas, sean políticas o no. Sus colegas rusos son mucho más atrevidos; es más peligroso para la carrera de un oficial no estar dispuesto a arriesgarse que provocar una condena internacional.

En conjunto, estos elementos ayudan a explicar el ritmo sin precedentes y la visibilidad de las medidas activas rusas. Dentro de su autoproclamada esfera de influencia (los antiguos estados soviéticos, excepto los de los países bálticos), son especialmente agresivos, ya sean ataques terroristas en Ucrania o una interferencia activa en el proceso político en Moldavia. Incluso en Occidente, cada vez son más visibles. En el último año, por ejemplo, han interferido con las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, inundaron Europa con desinformación divisiva y, por todas las redes sociales, han organizado un golpe de Estado en Montenegro.

… pero una guerra política.

Si los servicios de inteligencia rusos se consideran como si estuvieran en la guerra, ¿pues qué significa guerra en ese contexto? Aunque existe la necesidad de estar preparados para los peligros imprevistos y las intenciones cambiantes, no hay una evidencia real de las ambiciones que Putin tiene más allá de los territorios que él ha identificado ya como “la órbita de influencia” de Rusia. Esencialmente, esto significa los países de la antigua Unión Soviética, con la excepción de los estados Bálticos.

Más bien, Putin considera a la OTAN y Occidente como amenazas por tres razones. Lo primero es que están obstruyendo los intentos de Moscú para ignorar o socavar la soberanía de los estados dentro de la presunta esfera de influencia. Por ahora se trata mayormente de Ucrania, Georgia y Belarús. Lo segundo es que en su compromiso con la democracia, la transparencia y al estado de derecho, desafían al modelo del estado ruso. Lo último, que más bien lo cree Putin, que intentan subvertir la autoridad de su régimen dentro de misma Rusia.

Su objetivo es detener a Occidente, o por lo menos dividirlo, distraerlo y confundirlo hasta el punto de que no pueda o no quiera interponerse en su camino. Este es el objetivo principal de las medidas activas llevadas a cabo contra los estados de la OTAN por las agencias de inteligencia rusas.

A menudo esto se caracteriza como la guerra híbrida, pero es importante entender que hay dos maneras paralelas dentro del pensamiento estratégico ruso. Hay un modelo militar, el cual a menudo es malinterpretado como la «doctrina de Gerasimov» según el nombre del jefe de Estado Mayor actual; a principios de 2013 él publicó un artículo en un medio de comunicación militar “Voenno-promyshlenny kurier”, en el cual explicó la estrategia rusa actual. Sin embargo, no es una doctrina, sino una observación sobre la naturaleza cambiante de la guerra. Según este modelo el uso de los métodos no cinéticos es un método principal para preparar el campo de batalla antes de que se desplieguen las tropas. Así pasó en Crimea y Donbás.

Pero dentro del aparato de seguridad nacional de Rusia también hay una creencia de que las mismas herramientas no cinéticas —como la subversión, corrupción, desinformación, desorientación— pueden lograr los resultados deseados sin la necesidad de realizar ningún disparo. Este modelo de ‘guerra política’ favorece, porque refleja el nivel en que la OTAN y Occidente son más fuertes por cada índice objetivo; sin embargo, como una conjugación de las potencias democráticas son vulnerables sin un estado autoritario querría aplicar sus medidas.

Russia’s intelligence services are the front-line soldiers in Moscow’s non-kinetic political war on the West. As such, no wonder Putin continues to hold them in such regard. Yet for all that, they may also prove to be his Achilles heel. Their aggressive interference in the West has not gone unnoticed and has generated a political backlash in Europe and North America. But in many ways they pose a more serious risk in Moscow. The competitiveness that he has fostered, combined with the way he himself is clearly increasingly unreceptive to having his ideas and prejudices questioned, now also means that they vie to tell him what he wants to hear. As a result, Putin has already made serious and costly mistakes, such as his intervention into the Donbass, which he was assured would lead to a quick capitulation by Kiev. The scope for further, even more serious errors are very real. Intelligence agencies ought to be able and willing to speak their ‘best truth’ to power; when that is no longer the case, then policy-making risks becoming erratic and we are all in trouble.

Los servicios de inteligencia de Rusia son los soldados en las fronteras de la guerra política no cinética de Moscú contra Occidente. Como tal, no es sorprendente que Putin los aprecie tanto. A pesar de todo, pueden convertirse en el lugar más débil del estado. Su interferencia agresiva en Occidente no ha pasado por alto y provocó una reacción política en Europa y Norteamérica. Pero en muchos sentidos plantean un riesgo más grave en Moscú. La competición que fue fomentada, ahora se convirtió en una competencia por hacer lo más agradable para Putin. Como resultado, Putin ya ha cometido errores graves y costosos, como su intervención en Donbás, el cual, como le aseguraban, hubiera debido llevar a una capitulación rápida por parte de Kyiv. Por lo tanto la posibilidad de cometer errores aún más graves es muy probable.

Las agencias de inteligencia deben ser capaces y estar dispuestas a facilitar al poder la información más precisa y verdadera; cuando eso ya no sea el caso, entonces llega el peligro de que las decisiones políticas tengan un carácter caótico, pues eso nos tocara a todos.

Autor: Mark Galeotti

Fuente: NATO Review